23 de noviembre de 2017
El “Señor Papa”, como lo llamaba
San Francisco, os recibe con alegría y recibe en vosotros a los hermanos
franciscanos que viven y trabajan en todo el mundo. Gracias por lo que sois y
por lo que hacéis, especialmente a favor de los más pobres y desfavorecidos.
“Todos sin excepción llámense
hermanos menores”, se lee en la Regla no Bulada. Con esta expresión, San
Francisco no habla de algo facultativo para sus hermanos, sino que manifiesta
un elemento constitutivo de su vida y misión.
De hecho, en vuestra forma de
vida, el adjetivo “menor” califica al sustantivo “hermano”, dando al vínculo de
la fraternidad una cualidad propia y característica: no es lo mismo decir
“hermano” que decir “hermano menor”. Por lo tanto, al hablar de fraternidad hay
que tener en cuenta esta típica característica franciscana de la relación
fraterna que os exige una relación de “hermanos menores”.
¿De dónde le vino a Francisco la inspiración
de poner la minoridad como un elemento esencial de vuestra fraternidad?
Puesto que Cristo y el Evangelio
eran la opción fundamental de su vida, con toda certeza podemos decir que la
minoridad, aunque no carente de razones ascéticas y sociales, surge de la
contemplación de la encarnación de Dios el Hijo, y la resume en la imagen del
hacerse pequeño como una semilla. Es la misma lógica que “se hizo pobre de rico
cómo era” (véase 2 Cor 8: 9). La lógica de la “expoliación”, que Francisco puso
en práctica literalmente cuando se “despojó hasta la desnudez de todos los
bienes terrenales, para darse por entero a Dios y a los demás”.
La vida de Francisco estuvo
marcada por el encuentro con Dios pobre presente en medio de nosotros en Jesús
de Nazaret: una presencia humilde y oculta que el Poverello adora y contempla
en la Encarnación, en la Cruz y en la Eucaristía. Por otro lado, se sabe que
una de las imágenes evangélicas que más impresionaron a Francisco es el lavado
de los pies de los discípulos en la Última Cena.
La minoridad franciscana se
presenta a vosotros como un lugar de encuentro y comunión con Dios; como un
lugar de encuentro y comunión con los hermanos y con todos los hombres y
mujeres; finalmente, como un lugar de encuentro y comunión con la creación.
La minoridad es un lugar de encuentro con Dios
La minoridad caracteriza de forma
especial vuestra relación con Dios. Para San Francisco, el hombre no tiene nada
suyo excepto su propio pecado, y vale cuánto vale ante Dios y nada más. Por eso
vuestra relación con Él debe ser la de un niño: humilde y confiada y, como la
del publicano del Evangelio, consciente de su pecado. Y atención al orgullo
espiritual, al orgullo farisaico: es la mundanidad peor.
Una característica de vuestra
espiritualidad es la de ser una espiritualidad de restitución a Dios. Todo lo
bueno que hay en nosotros, o que podemos hacer, es un don de Aquel que para San
Francisco era el Bien, “todo el Bien, el sumo Bien” y todo se restituye al
“Altísimo, Omnipotente y Buen Señor”. Hacemos esto a través de la alabanza, lo
hacemos cuando vivimos de acuerdo a la lógica del don del Evangelio, que nos
lleva a salir de nosotros mismos para encontrar a los demás y acogerlos en
nuestras vidas.
La minoridad es un lugar de encuentro con los hermanos y con todos los hombres y mujeres
La minoridad se vive ante todo en
la relación con los hermanos que el Señor nos ha dado. ¿Cómo? Evitando
cualquier comportamiento de superioridad. Esto significa erradicar los juicios
fáciles sobre los demás y el hablar mal de los hermanos a sus espaldas- ¡esto
está en las Admoniciones! -rechazar la tentación de usar la autoridad para
someter a otros; evitar “hacernos pagar” los favores que hacemos a los demás,
mientras que los de los demás los consideramos como debidos; alejar de nosotros
la ira y la turbación por el pecado del hermano.
La minoridad se vive como una
expresión de la pobreza que habéis profesado al cultivar un espíritu de no
apropiación en las relaciones; cuando se valora lo positivo que existe en el
otro, como un don que proviene del Señor; cuando, especialmente los ministros,
ejercen el servicio de la autoridad con misericordia, como expresa
magníficamente la Carta a un Ministro, la mejor explicación que nos ofrece
Francisco de lo que significa ser menor respecto a los hermanos que le han sido
confiados. Sin misericordia no hay fraternidad ni minoridad.
La necesidad de expresar vuestra
fraternidad en Cristo hace que vuestras relaciones interpersonales sigan el
dinamismo de la caridad, de modo que, mientras la justicia os llevará a
reconocer los derechos de cada uno, la caridad trasciende estos derechos y os
llama a la comunión fraterna; porque no son los derechos lo que vosotros amáis,
sino los hermanos, a quienes debéis acoger con respeto, comprensión y misericordia.
Lo importante son los hermanos, no las estructuras.
La minoridad se vive también en
relación a todos los hombres y mujeres con quienes os encontráis en vuestro ir
por el mundo, evitando con la máxima atención cualquier actitud de superioridad
que os pueda conducir lejos de los demás. San Francisco expresa claramente esta
instancia en los dos capítulos de la Regla no Bulada donde pone en relación la
decisión de no apropiarse de nada (vivir sine proprio) con la acogida benévola
de cada persona hasta compartir la vida con los más despreciados, con los que
son realmente los menores de la sociedad: “Guárdense los hermanos, dondequiera
que estén, […], de apropiarse ningún lugar ni de defenderlo contra nadie que no
tomarán ningún lugar ni se enfrentarán a nadie”. Y cualquiera que venga a
ellos, amigo o adversario, ladrón o bandolero, sea recibido benignamente”. Y
también: “Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y
despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los
caminos”.
Las palabras de Francisco nos
empujan a preguntarnos como fraternidad: ¿Dónde estamos? ¿Con quién estamos?
¿Con quién tratamos? ¿Quiénes son nuestros favoritos? Y dado que la minoridad
interpela no solo a la fraternidad sino a cada uno de sus miembros, es
apropiado que cada uno haga un examen de conciencia de su propio estilo de
vida; de los gastos, de la ropa, de lo que considera necesario; de su
dedicación a los demás, del rechazo del espíritu de cuidarse demasiado uno
mismo, también de la propia fraternidad.
Y, por favor, cuando hagáis
alguna actividad para los “más pequeños”, los excluidos y los últimos, nunca lo
hagáis desde un pedestal de superioridad. Pensad, más bien, que todo lo que
hacéis por ellos es una forma de restituir lo que habéis recibido gratis. Como
advierte Francisco en la Carta a toda la Orden: “Nada de vosotros retengáis
para vosotros”. Haced un espacio acogedor y disponible para que entren en
vuestra vida todos los menores de vuestro tiempo: los marginados, hombres y
mujeres que viven en nuestras calles, en los parques o estaciones; los miles de
desempleados, jóvenes y adultos; muchas personas enfermas que no tienen acceso
a las curas adecuadas; tantos ancianos abandonados; las mujeres maltratadas;
los migrantes que buscan una vida digna; todos aquellos que viven en las
periferias existenciales, privados de dignidad y también de la luz del
Evangelio.
Abrid vuestros corazones y
abrazad a los leprosos de nuestro tiempo, y, habiendo comprendido la
misericordia que el Señor os ha usado, usad con ellos misericordia, como la usó
vuestro padre San Francisco; y, como él, aprended a ser “enfermo con los
enfermos, afligido con los afligidos”. Todo esto, lejos de ser un sentimiento
vago, indica una relación entre las personas tan profunda que, transformando
vuestro corazón, os llevará a compartir su mismo destino.
La minoridad es un lugar de encuentro con la creación
Para el Santo de Asís, la
creación era “como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja
algo de su hermosura y de su bondad”. La creación es “como una hermana, con la
cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus
brazos”.
Hoy, -lo sabemos- esta hermana y
madre se rebela porque se siente maltratada. Ante el deterioro mundial del
medio ambiente, os pido que como hijos del Poverello entréis en diálogo con
toda la creación, prestándole vuestra voz para alabar al Creador, y, como hacía
San Francisco, tened por ella un cuidado especial, superando cualquier cálculo
económico o romanticismo irracional. Colaborad con diversas iniciativas para
cuidar la casa común recordando siempre la íntima relación entre los pobres y
la fragilidad del planeta, entre economía, desarrollo, cuidado de la creación y
opción por los pobres.
Queridos hermanos, os renuevo la
petición de San Francisco: Y sean menores. Dios guarde y haga que crezca
vuestra minoridad .
Sobre todos vosotros invoco la
bendición del Señor. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.