El 14 de setiembre, el Santo Padre ha recibido en audiencia a los miembros del Capítulo general de la Orden Capuchina, dirigiéndoles unas palabras espontáneas y cordiales, y consignando luego este mensaje preparado para la ocasión:
¡Queridos frailes menores capuchinos!
Me siento grato por este encuentro, que me permite saludaros
personalmente con motivo de vuestro Capítulo General. Doy las gracias al nuevo
Ministro general, fray Roberto Genuin, expresándole mis mejores deseos de buen
trabajo así como a su Consejo. En estos días de estudio e intercambio fraterno,
habéis dedicado vuestra atención al tema "Aprended de mí... y
encontraréis" (Mt 11:29), para identificar las perspectivas apostólicas y
educativas que ofrecer a vuestros hermanos en todo el mundo. En efecto, además
de la elección del nuevo gobierno de vuestra Fraternidad, habéis dedicado un
espacio considerable a la Ratio Formationis Ordinis, documento importante para
conducir a la persona consagrado al corazón del Evangelio, que es la forma de
vida de Jesús, totalmente dedicada a Dios y al prójimo, especialmente a los
últimos y a los marginados.
Siguiendo los pasos del Divino Maestro y el ejemplo de San
Francisco, que encontrando a los leprosos encontró humildad y servicio, os
esforzáis por vivir las relaciones y la actividad religiosa en la gratuidad, la
humildad y la mansedumbre. Así, podéis realizar con gestos concretos y
cotidianos la "minoridad" que caracteriza a los seguidores de
Francisco. Es un don precioso y de gran necesidad para la Iglesia y para la
humanidad de nuestro tiempo. Así actúa el Señor: hace las cosas simplemente. La
humildad y la simplicidad son el estilo de Dios; y este es el estilo que todos
los cristianos estamos llamados a asumir en nuestra vida y en nuestra misión.
La verdadera grandeza es hacerse pequeños y servidores.
Con esta minoridad en el corazón y en el estilo de vida,
dais vuestra aportación al gran compromiso de la Iglesia con la evangelización.
Lo hacéis mediante la generosidad del apostolado en contacto directo con
diferentes pueblos y culturas, especialmente con tantas personas pobres y que sufren.
Os animo en este esfuerzo, que en el Capítulo general habéis compartido a nivel
internacional, exhortándoos a no desanimaros ante las dificultades, entre ellas
la disminución del número de frailes en ciertas zonas, sino a renovar cada día
la confianza y la esperanza en ayuda de la gracia de Dios. La alegría del
Evangelio, que fascinó irresistiblemente al “poverello” de Asís, sea la fuente
de vuestra fuerza y de vuestra constancia porque con la referencia a la Palabra
de Jesús todo aparece con una nueva luz, la del amor providencial de Dios. Cada
vez que acudimos a la fuente para recuperar la frescura original del Evangelio,
surgen nuevos caminos, nuevos enfoques pastorales y métodos creativos que se
adhieren a las circunstancias actuales.
Nuestro tiempo muestra signos de un evidente malestar
espiritual y moral, debido a la pérdida de las referencias seguras y
consoladoras de la fe. ¡Cuánta necesidad tienen hoy las personas de ser
acogidas, escuchadas, iluminadas con amor! ¡Y qué gran tradición tenéis
vosotros, los Capuchinos en la proximidad de todos los días a la gente, en
compartir los problemas concretos, en la conversación espiritual y en la
administración del Sacramento de la Reconciliación! No dejéis de ser maestros
de oración, de cultivar la robusta espiritualidad, que comunica a todos el
llamado de las "cosas de allá arriba".
En esto, seréis más convincente si también vuestras
comunidades y estructuras manifiestan sobriedad y frugalidad, una señal visible
de esa primacía de Dios y de su Espíritu de la cual las personas consagradas se
comprometen a dar un testimonio límpido. En esta perspectiva, también la
gestión transparente y profesional de los recursos económicos es imagen de una
verdadera familia que camina en corresponsabilidad y solidaridad entre sus
miembros y con los pobres. Otro aspecto importante de la vida de vuestras
comunidades es la unidad y la comunión, que se realizan dedicando un amplio
espacio a la escucha y el diálogo para fortalecer el discernimiento fraterno.
La historia de vuestra Orden está repleta de testigos
valientes de Cristo y del Evangelio, muchos de los cuales proclamados santos y
beatos. Su santidad confirma la fecundidad de vuestro carisma y demuestra las
señas de vuestra identidad: la consagración total a Dios hasta el martirio,
cuando es requerido, la vida sencilla entre la gente, la sensibilidad hacia los
pobres, el acompañamiento espiritual como cercanía y humildad que nos permite
acoger a todos. En el surco de este estilo de vida, caminad animados por un renovado
celo para adentraros, con libertad profética y sabio discernimiento, por
caminos apostólicos valientes y fronteras misioneras, cultivando siempre la
colaboración con los obispos y los otros miembros de la comunidad eclesial.
Vuestra identidad carismática, enriquecida por la variedad
cultural de vuestra familia religiosa, es más que nunca válida y constituye una
propuesta atractiva para muchos jóvenes del mundo que buscan autenticidad y
esencialidad. Que la fraternidad brille como un elemento calificativo de
vuestra vida consagrada, alejando de vosotros toda actitud elitista,
estimulándoos a buscar siempre el encuentro entre vosotros y con todos,
especialmente con los muchos sedientos del amor misericordioso que solo Cristo
puede ofrecernos.
¡Que el Señor os colme con sus gracias y, en el espíritu de
San Francisco, proceded alegres y seguros, siempre conscientemente agradecidos
de pertenecer al santo Pueblo fiel de Dios, y de servirlo con humildad! ¡Qué os
acompañe la bendición apostólica que os imparto de todo corazón a vosotros,
Padres Capitulares, y a toda vuestra Orden! Y por favor, no os olvidéis de
rezar por mí. ¡Gracias!